viernes, 11 de febrero de 2011

Su primer amor.

Cuando era pequeña me encantaba quedarme en casa de mi abuela los fines de semana. Mi primo y yo nos los repartíamos pues a los dos nos encantaba estar allí, y como juntos no podíamos porque nos peleábamos, lo teníamos que hacer así.

En casa de mi abuela siempre había una historia que oír, un recuerdo que descubrir, unas fotos que ver...

Uno de esos fines de semana que pasé allí mi abuela me hizo señales con la mano, indicándome que la acompañara. Puedo ver su cara aún, emocionada por lo que iba a enseñarme, temerosa de que mi abuelo la descubriera, se le escapaba la risa.

Me llevó a su habitación y nos sentamos en la cama. Abrió uno de los cajones de la mesita de noche, y sacó una cajita pequeña de metal. En su interior había un corazón de papel, que se podía ir desplegando y que al final formaba parte de los pétalos de una flor. Tal como ibas abriéndolo, encontrabas algo escrito y unos dibujos. Recuerdo que en uno de ellos ponía: "abre mi corazón y verás mi pensamiento" y en el siguiente doblez había dibujado una avioneta. En el penúltimo pliegue que se desdoblaba, decía: "Abre mi pensamiento y verás lo que yo quiero" y a continuación, se leía el nombre de mi abuela como respuesta.

En voz baja mi abuela me contó que cuando era niña el hermano de su amiga le regaló ese corazón de papel. Ella tenía unos nueve años y él un par o tres de años más. Fue el primer amor de mi abuela. Filemón Leiva Domínguez, se llamaba aquel niño que quería ser aviador.

Unos años más tarde la familia de Fili, así le llamaban sus amigos, se mudó a Sevilla y ya nunca volvió a saber de él. Pero mi abuela conservó su recuerdo, conservó ese corazón de papel, en el que se refugiaba cada vez que le venía la nostalgia de ese amor tan inocente y tan puro. Su primer amor. Ése que se dice que no se olvida. Así fue para mi abuela.

Muchos años después, y ya viuda mi abuela, quiso saber de Fili y con la ayuda de mi prima Eva, llamó a telefónica para ver si en Sevilla constaba algún número de teléfono a nombre de él. Pero no hubo suerte.

Mi abuela murió conservando el recuerdo de Fili. Entre sus cosas aún está aquel corazón de papel.


mis abuelos, en el centro la Giralda.

viernes, 17 de diciembre de 2010

La casa

1929, será recordado por la caída de la bolsa en Wall Street, por ser el año de la Exposición Universal en Barcelona, por tener lugar la primera entrega de los premios Oscars y por muchas otras cosas. Pero en mi familia, éste año será recordado por la compra de la casa de nuestra familia.

El padre de mi abuela compró una casa con unos cuantos metros de terreno sin vallar. La casa estaba situada en la barriada de El Castillo, llamada así por estar muy cerca del Castillo de Sta. Bárbara.
Como ya he contado alguna vez, Juan era masón, por lo que prefirió no poner la casa a su nombre, ante el miedo a perderla. Las escrituras se hicieron a nombre de su hermano, por parte de madre, José Acosta, más conocido aquí como Pepe, "el tuerto". Pepe tuvo que hacer un testamento en el cual la casa sería para sus sobrinos, Manuela, mi abuela, y Eduardo.

En la reforma de aquella casa colaboró hasta el pequeño Eduardo, que no podía salir a jugar sin hacer dos bloques cada día. Los bloques estaban hechos de una mezcla de cemento, cal, arena y en su interior ponían, para ahorrar mezcla, una lata de conserva vacía, conchas de la playa, botellas... Muchos años después, y tras las diversas reformas que ha sufrido la casa, todos en mi familia hemos podido encontrar algunas de esas latas o botellas, y observar que el paso del tiempo no había hecho mella en algunas de esas etiquetas. En una de esas latas se podía leer Tomates pelados El zeppelin, y en su interior aún había una pepita de tomate pegada. Mi madre conserva la etiqueta de uno de los tónicos de la época.

En el momento de la compra de la casa vivían en ella, Juan con su mujer Manuela, y sus hijos, Eduardo y Manolita. También se alojaban allí, Pepe el tuerto con su mujer Ana Mª y la hermana de ésta, la tata.
En la parte de delante de la casa montaron una tienda de comestibles, y con lo que daba la tienda y el trabajo de Juan como carpintero, la familia salía adelante.

Con el paso del tiempo, los herederos de la casa,o sea, mi abuela Manolita y su hermano Eduardo, hicieron las pertinentes reformas para dividirla en dos, ya que en cuanto a terreno era lo bastante amplia para poder vivir dos familias cómodamente. Tanto es así, que en el patio que compartían ambas casas había un par de habitaciones que alquilaron a una familia durante un tiempo.

En aquellas casas vivieron muchos años ambos hermanos, con sus respectivas familias.Incluso mi abuela dio a luz allí a sus cuatro hijos. Pero en los años 70, el ayuntamiento hizo un proyecto para la barriada y esas casas serían derribadas. Así que a las familias de la zona les proporcionaron unas viviendas en la Barriada de El junquillo, y allí se trasladaron las dos familias, cerrando las dos casas por lo que creían que sería para siempre.

Pasaron los años y las casas siguieron en pie, el proyecto del barrio no tuvo continuidad. Así que cuando mis padres se casaron mi abuela se la ofreció a mi madre, y aunque la casa estaba muy descuidada y había que hacerle una infinidad de reformas, la aceptaron de buen grado. La casa de Eduardo permaneció más tiempo cerrada, aunque algunos veranos los pasaban allí porque estaban más cerca de la playa.

Así mis padres emprendieron una reforma de la casa que se alargó desde 1976 hasta 2003. En mi casa, según mi padre, siempre había algo que reformar. Mi infancia estuvo llena de escombros, cemento y polvo. La mayor parte del tiempo que pasaba en mi casa tenía la piel de gallina, de los escalofríos que me daba el ver esa cantidad de polvo que todos sabemos que se forma con las obras. Aún en día cuando mi padre se queda mirando alguna pared de casa, todos echamos a temblar, porque hay como un 99% de posibilidades, de querer echar abajo dicha pared.

La casa contigua, también sufrió sus reformas pero de manera más sosegada. Primero una en los 90, porque Eduardo y su mujer, María, decidieron volver a vivir en ella. Y una más en 2002, ya que después de que ellos fallecieran, Antonio, uno de sus hijos, se quedó con la casa.

Esta propiedad, ha sido testigo de la guerra civil, de la muerte entre otros de mi bisabuelo, de unos cuantos nacimientos en la propia casa, del crecimiento de muchísimos niños que hoy en día son abuelos, de numerosas celebraciones como bautizos, comuniones, bodas, fiestas de fin de año, numerosas barbacoas,... La casa del Castillo, como se le empezó a llamar, cuando mi abuela y su hermano se fueron de allí, siempre ha sido el punto de encuentro para cualquier reunión familiar. A pesar de los años que han pasado, sigue siendo así. Incluso cuando quedamos para irnos todos a algún lugar el punto de partida es desde la casa de El Castillo

Los últimos años de vida, tanto de Eduardo como de mi abuela, los pasaron en esas casas. Aunque ya quedaban muy pocos bloques de aquellos que hizo Eduardo, estar allí, en las casas que les vio crecer, y desarrollar la mayor parte de sus vidas, les tuvo que suponer un motivo de alegría.

En la actualidad, mi madre y su primo Antonio, siguen viviendo en ellas. Y espero que siempre sea así, que siempre haya un hijo o un nieto, que viva en esa propiedad que compró mi bisabuelo Juan hace ya 81 años.

La pulsera de mi abuela

No podía dejar pasar una Navidad sin explicar lo que me pasó hace seis años un día de Nochebuena.
Me desperté aquella mañana con la sensación de que algo no iba bien, pero no sabía que era. Cuando me puse en pie, toqué mi muñeca, y no estaba. Supe en ese momento que habia perdido la pulsera de mi abuela. No me valia pensar que estaría entre las sábanas, o que me la habría quitado la noche antes y ahora no lo recordaba. Sabía con toda certeza que la había perdido, y se me quitaron las ganas de Nochebuena, de navidades, de todo…
Me fui a trabajar albergando la pequeña esperanza de que se me hubiera caído por allí, y mi compañera la hubiera guardado. Trabajo en una tienda, y el día anterior había llegado la mercancía, bolsos que había que rellenar con bolas de papel, y maletas que había que desembalar. Cuando entré en la tienda busqué en los sitios donde mi compañera me podría haber guardado la pulsera, en el mostrador, en la caja registradora, en la caja fuerte… pero nada. Ante la desesperación de no encontrarla, busqué hasta dentro de los bolsos que había rellenado, varias decenas, y hasta entre las maletas. Limpié la tienda a fondo, pero no aparecía por ninguna parte. Me di por vencida y lloré.
Recuerdo que vino un cliente que me vio la tristeza en la cara, y me preguntó que me pasaba, y le conté. Fue muy amable intentando consolarme, pero no había en ese momento palabra que me quitara esa sensación de vacío, de tristeza, que yo tenía en mi interior, y que inevitablemente, se reflejaba en mi cara.
Llamé a mi madre para desahogarme, y le conté lo que me había pasado, y todo lo que había hecho en vano, para encontrar aquella pulsera. Me dijo que era una pena, pero que había algo más importante que la pulsera y era que esa Navidad teníamos a la abuela, y que había que disfrutar de eso. Yo sabía que tenía razón, pero la pulsera tenía su historia y haberla perdido yo….

Mi bisabuelo Juan le regaló a su mujer, mi bisabuela Mela, una pulsera. Estaba hecha con monedas inglesas de plata*.Eran monedas de curso legal en Gibraltar a principios del siglo xx, y él las reunió, y un joyero hizo unos pendientes y una pulsera a juego.
Con el tiempo pasó a ser de mi abuela, y cuando cumplí los dieciocho años, ella la mandó a arreglar y a limpiar, y el día de mi cumpleaños fui a su casa y allí envuelta en una cajita, me la dio. Fue el mejor regalo que podía tener. Yo no dejaba de preguntarme, como era posible que me regalara aquella pulsera a mí, con el valor que tenía. No hablo del valor económico, si no de que era algo que había pertenecido a mi bisabuela, algo elaborado a conciencia para ella, una joya por la que habían pasado años y años…y ahora era para mí. Recuerdo que lloré emocionada por ser la elegida para tener aquel regalo.
¿Os hacéis una idea de lo que suponía para mí haber perdido aquella pulsera?

Entré en el almacén, no era la primera vez que lo hacía ese día, pero en ese momento después de haber hablado con mi madre, entré y la vi. Estaba allí en un estante polvoriento.
Encontrarla fue un alivio. Iba a poder disfrutar de la Navidad, con mi abuela y teniendo mi pulsera. Estaba contenta y feliz, y con ganas de ver a mi abuela para comunicarle que la había encontrado.
Se puso contenta al saberlo, pero me dijo que si la perdía alguna otra vez, que no me lo tomara así, que esas cosas pasaban, que ella no quería que eso supusiera para mí un disgusto tan grande como el que había tenido esa mañana. Cuando la oí decirme aquello, me pregunté como podía ser tan buena, tan comprensiva… cómo me podía querer tanto para decirme algo así?
Mi abuela no está, no la tendremos esta nochebuena, ni ninguna otra. Tengo su pulsera. La guardo como lo que es, un tesoro. Me la pongo en contadas ocasiones, por el miedo que siento ante la posibilidad de perderla. Pese a lo que me dijo mi abuela, me supondría un disgusto muy grande. Y más ahora, que ella no está, y no podría tener esas palabras de consuelo que ella con tanto cariño me daría.

*monedas de Eduardo VII 1905 y Jorge V 1914.

Tardes de primavera

Mi abuela vivió su infancia en Algeciras. Asistía a clases en un colegio de monjas evidentemente sólo para niñas. Su casa estaba cerca de la antigua fábrica del corcho y muy cerca también del del campo en el que había un río, donde su abuela lavaba.

Un día de primavera el colegio organizó una excusión al campo. Donde pasearon y jugaron hasta que llegó la hora de la merienda.
Manuela se había pasado la mañana recordándole a su abuela, que era quien la cuidaba, que debía de prepararle un bocadillo para la merienda que harían esa tarde en el campo.
Sentadas bajo la sombra de los árboles, todas las niñas desenvolvieron su bocadillo, unos, las más privilegiadas, de chocolate, otros sólo con mantequilla, …todos deliciosos a aquella hora de la tarde donde el hambre apretaba. Cuando mi abuela quitó el papel de estraza que envolvía el suyo, se encontró el rabo del cerdo que le habían puesto en su casa a las coles esa mañana. El rabo tieso y encaracolado de un cerdo.
Las niñas, que estaban pendientes de lo que traían unas y otras de merienda, se dieron cuenta y empezaron a reírse y a decir: " Manuela trae un rabo, Manuela trae un rabo", entre risas y burlas.

El rabo quedó revoleado por el campo y Manuela se comió el pan más seco…que el ojo de un tuerto, como diría ella.

El sustanciero

Hace ya un tiempo mi hermana me instaba a que hablara de este personaje. Aunque parezca increible lo que voy a contar es cierto, aún así he buscado en google por si había alguien más que tuviera conociemiento del tema, y hay mas de uno que ha oido hablar de él.

A mi familia la historia del sustanciero llega a través de mi tío Babo. Én realidad se llamaba Eduardo y era el hermano de mi abuela.
Nos explicaba que cuando él era pequeño había un señor que se paseaba con un saco al hombro en el que guardaba un hueso de jamón. Iba pregonando : "El sustanciero, el sustanciero!!". Había siempre alguna señora que le llamaba, él entraba en su casa, desefundaba el jamón y lo metía tres o cuatro veces en el puchero que se estaba cociendo. Se suponía que eso dejaría el sabor del jamón en el caldo. Por este servicio aquella señora pagaba lo que el sustanciero le había dicho. Y así el hombre se ganaba la vida.
Me pregunto si realmente el jamón dejaba el sabor en el caldo. Y me pregunto un poco más y me digo: ¿cuantos usos le daba al jamón?. Otra más: ¿de donde sacaría ese hombre el hueso del jamón en esos tiempos?. La última: ¿qué lleva a un hombre a tener la capacidad para buscar esta manera de ganarse la vida?.
El hambre desarrollaba la imaginación, está visto y comprobado.

Los carnavales de mi abuela


Mi abuela nació bajo la España de Alfonso XIII, gobernada por la dictadura de Primo de Rivera, que en el año del nacimiento de mi abuela, (1926), se veía seriamente amenazada por estudiantes y obreros, e incluso por militares que conspiraban en contra del dictador. Después de la caída de Primo de Rivera, vino la "Dictablanda", presisida por Dámaso Berenguer. Y ya en 1931, al poner el Rey como presidente del consejo a Juan Bautista Aznar, su gobierno convocó elecciones municipales en las que salió victoriosa la 2ª República.

Cuanto jaleo político en tan poco tiempo, ¿verdad?. Pero lo que son las cosas que aquí, en Cadiz, ni eso quitaba las ganas de vivir el Carnaval.

En 1937 por decreto, el Jefe de Estado, Francisco Franco, abolió el Carnaval en todas las ciudades españolas. Pero en Cádiz, de manera clandestina, los grupos de comparsas se reunian para cantar sus viejas coplas carnavalescas. Y es que en Cádiz el Carnaval se siente, y no es algo que puedas meter en un cajón y quedar olvidado. En Cádiz la gente no podía permitir eso, porque el Carnaval pertenecía al pueblo.
En 1950 se autoriza que Cádiz tenga sus Fiestas Típicas Gaditanas, que aunque eran un Carnaval muy domesticado y descafeinado, eso permitió transmitir ese sentir a las nuevas generaciones gaditanas. Todo esto bajo la prohibición de utilizar la palabra "CARNAVAL". Que no se pudo usar hasta 1977, donde la fiesta se celebra ya sin ningún tipo de censura.
Desde 1980 el Carnaval de Cádiz está declarado como Fiesta de Interés Turístico Internacional. Si queréis pasarlo bien, no dejéis de visitarlos. Y ya no sólo en Cádiz capital hay un buen Carnaval, en los pueblos de la provincia también encontrareis ese espíritu de fiesta, de diversión, de risas…Ya sabéis que la característica común del Carnaval se celebre donde se celebre, es la de ser un periodo de permisividad y cierto descontrol.
FELIZ CARNAVAL!!

Aquí podéis ver como se difrazaba mi abuela a principios de los años 3O.

Y por fin llegó el niño.


Observad esta foto. Es muy significativa, verdad?.
El señor que sujeta al bebé es Manuel Ladrón de Guevara, el abuelo de mi abuela Manolita. Estaba deseando tener un hijo varón, tenía ya tres hijas y el niño no llegaba. Así que cuando lo tuvo lo celebró haciéndose ésta foto, en la que se muestra claramente los atributos del pequeño José, el tío de mi abuela. Qué orgulloso se ve al padre, verdad?.