viernes, 17 de diciembre de 2010

La casa

1929, será recordado por la caída de la bolsa en Wall Street, por ser el año de la Exposición Universal en Barcelona, por tener lugar la primera entrega de los premios Oscars y por muchas otras cosas. Pero en mi familia, éste año será recordado por la compra de la casa de nuestra familia.

El padre de mi abuela compró una casa con unos cuantos metros de terreno sin vallar. La casa estaba situada en la barriada de El Castillo, llamada así por estar muy cerca del Castillo de Sta. Bárbara.
Como ya he contado alguna vez, Juan era masón, por lo que prefirió no poner la casa a su nombre, ante el miedo a perderla. Las escrituras se hicieron a nombre de su hermano, por parte de madre, José Acosta, más conocido aquí como Pepe, "el tuerto". Pepe tuvo que hacer un testamento en el cual la casa sería para sus sobrinos, Manuela, mi abuela, y Eduardo.

En la reforma de aquella casa colaboró hasta el pequeño Eduardo, que no podía salir a jugar sin hacer dos bloques cada día. Los bloques estaban hechos de una mezcla de cemento, cal, arena y en su interior ponían, para ahorrar mezcla, una lata de conserva vacía, conchas de la playa, botellas... Muchos años después, y tras las diversas reformas que ha sufrido la casa, todos en mi familia hemos podido encontrar algunas de esas latas o botellas, y observar que el paso del tiempo no había hecho mella en algunas de esas etiquetas. En una de esas latas se podía leer Tomates pelados El zeppelin, y en su interior aún había una pepita de tomate pegada. Mi madre conserva la etiqueta de uno de los tónicos de la época.

En el momento de la compra de la casa vivían en ella, Juan con su mujer Manuela, y sus hijos, Eduardo y Manolita. También se alojaban allí, Pepe el tuerto con su mujer Ana Mª y la hermana de ésta, la tata.
En la parte de delante de la casa montaron una tienda de comestibles, y con lo que daba la tienda y el trabajo de Juan como carpintero, la familia salía adelante.

Con el paso del tiempo, los herederos de la casa,o sea, mi abuela Manolita y su hermano Eduardo, hicieron las pertinentes reformas para dividirla en dos, ya que en cuanto a terreno era lo bastante amplia para poder vivir dos familias cómodamente. Tanto es así, que en el patio que compartían ambas casas había un par de habitaciones que alquilaron a una familia durante un tiempo.

En aquellas casas vivieron muchos años ambos hermanos, con sus respectivas familias.Incluso mi abuela dio a luz allí a sus cuatro hijos. Pero en los años 70, el ayuntamiento hizo un proyecto para la barriada y esas casas serían derribadas. Así que a las familias de la zona les proporcionaron unas viviendas en la Barriada de El junquillo, y allí se trasladaron las dos familias, cerrando las dos casas por lo que creían que sería para siempre.

Pasaron los años y las casas siguieron en pie, el proyecto del barrio no tuvo continuidad. Así que cuando mis padres se casaron mi abuela se la ofreció a mi madre, y aunque la casa estaba muy descuidada y había que hacerle una infinidad de reformas, la aceptaron de buen grado. La casa de Eduardo permaneció más tiempo cerrada, aunque algunos veranos los pasaban allí porque estaban más cerca de la playa.

Así mis padres emprendieron una reforma de la casa que se alargó desde 1976 hasta 2003. En mi casa, según mi padre, siempre había algo que reformar. Mi infancia estuvo llena de escombros, cemento y polvo. La mayor parte del tiempo que pasaba en mi casa tenía la piel de gallina, de los escalofríos que me daba el ver esa cantidad de polvo que todos sabemos que se forma con las obras. Aún en día cuando mi padre se queda mirando alguna pared de casa, todos echamos a temblar, porque hay como un 99% de posibilidades, de querer echar abajo dicha pared.

La casa contigua, también sufrió sus reformas pero de manera más sosegada. Primero una en los 90, porque Eduardo y su mujer, María, decidieron volver a vivir en ella. Y una más en 2002, ya que después de que ellos fallecieran, Antonio, uno de sus hijos, se quedó con la casa.

Esta propiedad, ha sido testigo de la guerra civil, de la muerte entre otros de mi bisabuelo, de unos cuantos nacimientos en la propia casa, del crecimiento de muchísimos niños que hoy en día son abuelos, de numerosas celebraciones como bautizos, comuniones, bodas, fiestas de fin de año, numerosas barbacoas,... La casa del Castillo, como se le empezó a llamar, cuando mi abuela y su hermano se fueron de allí, siempre ha sido el punto de encuentro para cualquier reunión familiar. A pesar de los años que han pasado, sigue siendo así. Incluso cuando quedamos para irnos todos a algún lugar el punto de partida es desde la casa de El Castillo

Los últimos años de vida, tanto de Eduardo como de mi abuela, los pasaron en esas casas. Aunque ya quedaban muy pocos bloques de aquellos que hizo Eduardo, estar allí, en las casas que les vio crecer, y desarrollar la mayor parte de sus vidas, les tuvo que suponer un motivo de alegría.

En la actualidad, mi madre y su primo Antonio, siguen viviendo en ellas. Y espero que siempre sea así, que siempre haya un hijo o un nieto, que viva en esa propiedad que compró mi bisabuelo Juan hace ya 81 años.

La pulsera de mi abuela

No podía dejar pasar una Navidad sin explicar lo que me pasó hace seis años un día de Nochebuena.
Me desperté aquella mañana con la sensación de que algo no iba bien, pero no sabía que era. Cuando me puse en pie, toqué mi muñeca, y no estaba. Supe en ese momento que habia perdido la pulsera de mi abuela. No me valia pensar que estaría entre las sábanas, o que me la habría quitado la noche antes y ahora no lo recordaba. Sabía con toda certeza que la había perdido, y se me quitaron las ganas de Nochebuena, de navidades, de todo…
Me fui a trabajar albergando la pequeña esperanza de que se me hubiera caído por allí, y mi compañera la hubiera guardado. Trabajo en una tienda, y el día anterior había llegado la mercancía, bolsos que había que rellenar con bolas de papel, y maletas que había que desembalar. Cuando entré en la tienda busqué en los sitios donde mi compañera me podría haber guardado la pulsera, en el mostrador, en la caja registradora, en la caja fuerte… pero nada. Ante la desesperación de no encontrarla, busqué hasta dentro de los bolsos que había rellenado, varias decenas, y hasta entre las maletas. Limpié la tienda a fondo, pero no aparecía por ninguna parte. Me di por vencida y lloré.
Recuerdo que vino un cliente que me vio la tristeza en la cara, y me preguntó que me pasaba, y le conté. Fue muy amable intentando consolarme, pero no había en ese momento palabra que me quitara esa sensación de vacío, de tristeza, que yo tenía en mi interior, y que inevitablemente, se reflejaba en mi cara.
Llamé a mi madre para desahogarme, y le conté lo que me había pasado, y todo lo que había hecho en vano, para encontrar aquella pulsera. Me dijo que era una pena, pero que había algo más importante que la pulsera y era que esa Navidad teníamos a la abuela, y que había que disfrutar de eso. Yo sabía que tenía razón, pero la pulsera tenía su historia y haberla perdido yo….

Mi bisabuelo Juan le regaló a su mujer, mi bisabuela Mela, una pulsera. Estaba hecha con monedas inglesas de plata*.Eran monedas de curso legal en Gibraltar a principios del siglo xx, y él las reunió, y un joyero hizo unos pendientes y una pulsera a juego.
Con el tiempo pasó a ser de mi abuela, y cuando cumplí los dieciocho años, ella la mandó a arreglar y a limpiar, y el día de mi cumpleaños fui a su casa y allí envuelta en una cajita, me la dio. Fue el mejor regalo que podía tener. Yo no dejaba de preguntarme, como era posible que me regalara aquella pulsera a mí, con el valor que tenía. No hablo del valor económico, si no de que era algo que había pertenecido a mi bisabuela, algo elaborado a conciencia para ella, una joya por la que habían pasado años y años…y ahora era para mí. Recuerdo que lloré emocionada por ser la elegida para tener aquel regalo.
¿Os hacéis una idea de lo que suponía para mí haber perdido aquella pulsera?

Entré en el almacén, no era la primera vez que lo hacía ese día, pero en ese momento después de haber hablado con mi madre, entré y la vi. Estaba allí en un estante polvoriento.
Encontrarla fue un alivio. Iba a poder disfrutar de la Navidad, con mi abuela y teniendo mi pulsera. Estaba contenta y feliz, y con ganas de ver a mi abuela para comunicarle que la había encontrado.
Se puso contenta al saberlo, pero me dijo que si la perdía alguna otra vez, que no me lo tomara así, que esas cosas pasaban, que ella no quería que eso supusiera para mí un disgusto tan grande como el que había tenido esa mañana. Cuando la oí decirme aquello, me pregunté como podía ser tan buena, tan comprensiva… cómo me podía querer tanto para decirme algo así?
Mi abuela no está, no la tendremos esta nochebuena, ni ninguna otra. Tengo su pulsera. La guardo como lo que es, un tesoro. Me la pongo en contadas ocasiones, por el miedo que siento ante la posibilidad de perderla. Pese a lo que me dijo mi abuela, me supondría un disgusto muy grande. Y más ahora, que ella no está, y no podría tener esas palabras de consuelo que ella con tanto cariño me daría.

*monedas de Eduardo VII 1905 y Jorge V 1914.

Tardes de primavera

Mi abuela vivió su infancia en Algeciras. Asistía a clases en un colegio de monjas evidentemente sólo para niñas. Su casa estaba cerca de la antigua fábrica del corcho y muy cerca también del del campo en el que había un río, donde su abuela lavaba.

Un día de primavera el colegio organizó una excusión al campo. Donde pasearon y jugaron hasta que llegó la hora de la merienda.
Manuela se había pasado la mañana recordándole a su abuela, que era quien la cuidaba, que debía de prepararle un bocadillo para la merienda que harían esa tarde en el campo.
Sentadas bajo la sombra de los árboles, todas las niñas desenvolvieron su bocadillo, unos, las más privilegiadas, de chocolate, otros sólo con mantequilla, …todos deliciosos a aquella hora de la tarde donde el hambre apretaba. Cuando mi abuela quitó el papel de estraza que envolvía el suyo, se encontró el rabo del cerdo que le habían puesto en su casa a las coles esa mañana. El rabo tieso y encaracolado de un cerdo.
Las niñas, que estaban pendientes de lo que traían unas y otras de merienda, se dieron cuenta y empezaron a reírse y a decir: " Manuela trae un rabo, Manuela trae un rabo", entre risas y burlas.

El rabo quedó revoleado por el campo y Manuela se comió el pan más seco…que el ojo de un tuerto, como diría ella.

El sustanciero

Hace ya un tiempo mi hermana me instaba a que hablara de este personaje. Aunque parezca increible lo que voy a contar es cierto, aún así he buscado en google por si había alguien más que tuviera conociemiento del tema, y hay mas de uno que ha oido hablar de él.

A mi familia la historia del sustanciero llega a través de mi tío Babo. Én realidad se llamaba Eduardo y era el hermano de mi abuela.
Nos explicaba que cuando él era pequeño había un señor que se paseaba con un saco al hombro en el que guardaba un hueso de jamón. Iba pregonando : "El sustanciero, el sustanciero!!". Había siempre alguna señora que le llamaba, él entraba en su casa, desefundaba el jamón y lo metía tres o cuatro veces en el puchero que se estaba cociendo. Se suponía que eso dejaría el sabor del jamón en el caldo. Por este servicio aquella señora pagaba lo que el sustanciero le había dicho. Y así el hombre se ganaba la vida.
Me pregunto si realmente el jamón dejaba el sabor en el caldo. Y me pregunto un poco más y me digo: ¿cuantos usos le daba al jamón?. Otra más: ¿de donde sacaría ese hombre el hueso del jamón en esos tiempos?. La última: ¿qué lleva a un hombre a tener la capacidad para buscar esta manera de ganarse la vida?.
El hambre desarrollaba la imaginación, está visto y comprobado.

Los carnavales de mi abuela


Mi abuela nació bajo la España de Alfonso XIII, gobernada por la dictadura de Primo de Rivera, que en el año del nacimiento de mi abuela, (1926), se veía seriamente amenazada por estudiantes y obreros, e incluso por militares que conspiraban en contra del dictador. Después de la caída de Primo de Rivera, vino la "Dictablanda", presisida por Dámaso Berenguer. Y ya en 1931, al poner el Rey como presidente del consejo a Juan Bautista Aznar, su gobierno convocó elecciones municipales en las que salió victoriosa la 2ª República.

Cuanto jaleo político en tan poco tiempo, ¿verdad?. Pero lo que son las cosas que aquí, en Cadiz, ni eso quitaba las ganas de vivir el Carnaval.

En 1937 por decreto, el Jefe de Estado, Francisco Franco, abolió el Carnaval en todas las ciudades españolas. Pero en Cádiz, de manera clandestina, los grupos de comparsas se reunian para cantar sus viejas coplas carnavalescas. Y es que en Cádiz el Carnaval se siente, y no es algo que puedas meter en un cajón y quedar olvidado. En Cádiz la gente no podía permitir eso, porque el Carnaval pertenecía al pueblo.
En 1950 se autoriza que Cádiz tenga sus Fiestas Típicas Gaditanas, que aunque eran un Carnaval muy domesticado y descafeinado, eso permitió transmitir ese sentir a las nuevas generaciones gaditanas. Todo esto bajo la prohibición de utilizar la palabra "CARNAVAL". Que no se pudo usar hasta 1977, donde la fiesta se celebra ya sin ningún tipo de censura.
Desde 1980 el Carnaval de Cádiz está declarado como Fiesta de Interés Turístico Internacional. Si queréis pasarlo bien, no dejéis de visitarlos. Y ya no sólo en Cádiz capital hay un buen Carnaval, en los pueblos de la provincia también encontrareis ese espíritu de fiesta, de diversión, de risas…Ya sabéis que la característica común del Carnaval se celebre donde se celebre, es la de ser un periodo de permisividad y cierto descontrol.
FELIZ CARNAVAL!!

Aquí podéis ver como se difrazaba mi abuela a principios de los años 3O.

Y por fin llegó el niño.


Observad esta foto. Es muy significativa, verdad?.
El señor que sujeta al bebé es Manuel Ladrón de Guevara, el abuelo de mi abuela Manolita. Estaba deseando tener un hijo varón, tenía ya tres hijas y el niño no llegaba. Así que cuando lo tuvo lo celebró haciéndose ésta foto, en la que se muestra claramente los atributos del pequeño José, el tío de mi abuela. Qué orgulloso se ve al padre, verdad?.

Una familia de tuertos

Un día mi abuela me estaba contando algo y la interrumpí para hacer un recuento de tuertos. A ella le hizo gracia, creo que nunca se había parado a contarlos, es más creo que no había caído en la cuenta de que era algo extraño que en una misma familia hubieran cuatro personas con un ojo de menos. Digo yo que es que por cualquier cosa antes te quitaban un ojo, porque si no es que no me lo explico.

Carmen, La tata:

La tata era la hermana de Ana María, la mujer del tío de mi abuela, Pepe. Se quedó tuerta haciendo labores en el campo. La tata, no se casó ni tuvo descendencia, por lo que vivió siempre con su hermana y su cuñado, y todos ellos bajo el mismo techo que Mela y Juan.

Pepe , el tuerto:

Era el hermano de Juan, el padre de mi abuela. No conocemos la historia de como perdió su ojo. Pero os puedo decir que tampoco tuvo hijos, según decían su mujer no podía tenerlos, aunque tampoco sabemos si eso era cierto o no, pues antes siempre que un matrimonio no podía tener hijos se decía que era su mujer la que era estéril. Pepe y su mujer, Ana María, tomaron como suyo al hermano de mi abuela ,Eduardo, al que consentían y mimaban como si fuera su propio hijo.

El tito José:

José, hermano de Mela, se quedó tuerto trabajando en Gibraltar. Como indemnización le ofrecieron elegir entre una cantidad considerable de dinero o tener trabajo para toda la vida. Él se decantó por lo segundo, y tuvo trabajo hasta que en 1969 cerraron la frontera de La Línea con Gibraltar.

Mi tío José era un señor muy particular. Iba a casa de mi abuela a ver la tele, ya que su economía no le permitía tener una propia, y si alguien hablaba y él no podía oír la tele, mandaba a callar a quien fuera, importándole poco si el culpable era el dueño de la casa. Además lo hacía con tal convencimiento que nadie era capaz de contradecirle.
Tenía muchas rarezas que le hacían una persona especial. Por ejemplo decir que comprar bolsas para la basura era tirar el dinero, que la economía de la casa se iba por esas cosas. Supongo que él se plantearía que comprar algo para tirar algo que también se iba a tirar…vamos, que era tirar el dinero. También oí que compró una batidora y le parecería algo tan espectacular, digo yo, que trituraba hasta la lechuga. Sinceramente, no tengo ni idea de para qué, pero lo hacía.
Su casa tenía un encanto especial, era de alquiler, muy antigua, con goteras y olor a humedad. Para separar unos dormitorios de otros, habían dispuesto unas cortinas. Recuerdo una de ellas que era de una tela bastante tupida, aterciopelada, de fondo verde y estampada con rosas fucsias. Muy discretas sí. Pero a mi me gustaba aquella casa, porque donde allí miraba encontraba algo diferente, extraño y especial. Recuerdo haber estado en su dormitorio, y ver su ojo de cristal flotando en agua en un vaso duralex.

Carmen Cárdenas.

Era la hermana de la suegra de mi abuela Manolita. Dicho de otra manera, la tía de mi abuelo Manolo.
No sabemos a causa de qué perdió también un ojo, pero lo peor de todo no fue perder eso, porque la guapa Carmen nació enferma del corazón y en plena juventud, perdió su vida. Tenemos algunas fotos de ella, en las que se puede apreciar que de las hermanas Cárdenas, era la más guapa.

Bueno, espero que os haya gustado el recuento de tuertos que hice con mi abuela. Aquí os dejo unas fotos para que sobre todo veáis la profesionalidad de los fotógrafos de la época, como hacían posar para que el defecto se viera lo menos posible.

Carmen Cárdenas.


Pepe el tuerto.


Tito José Ladrón de Guevara


Ana Mª, la tata.

En este mes de diciembre todos nos preparamos para celebrar la Navidad. Se compran regalos, se adorna la casa, preparamos comidas especiales,…Y todos compramos algún décimo o alguna participación de la lotería de navidad. Todos soñamos con coger algún pellizquito ese día, y cuando vemos que no nos ha tocado nada, nos consolamos mirando las noticias y viendo la alegría de los que sí han tenido esa suerte. Y pensamos que el año que viene seguro que nos toca y si no, el siguiente.

En mi familia llevamos así muchos años, posiblemente más de setenta, buscando la suerte con el número 11475. Y éste no sale. Mi abuela decía que esa bola no estaba metida en el bombo.
Cuando mi abuela se hizo novia de mi abuelo, tenía 14 años. Contaba ella que ya entonces acompañaba a mi abuelo a comprar el número, para su suegro, Román. De eso ya han pasado 68 años, y hay que sumarle los años que Román lo llevó, que no sabemos con certeza cuantos fueron. Cuando él murió, mi abuelo se hizo cargo del número, y al fallecer mi abuelo, lo cogió mi abuela. Ahora lo lleva un hijo suyo, mi tío Juan. Durante estos años, no sólo se ha comprado este número para el sorteo navideño, también se ha llevado para todos lo sábados y los sorteos extraordinarios, Y no, no ha tocado nunca.
Todos en esta familia, hijos, nietos, yernos, sobrinos…hemos soñado alguna vez que tocara ese número, pero ya no sólo por el premio económico si no por romper esa larga espera de más de setenta años.
¿Tocará este año? La verdad es que ahora que mi abuela no está, ya no sé si quiero que toque.

Amores imposibles (parte 3)

Se supone que ahora debería de hablar de la historia de amor de José, pero es que no la conozco. Mi abuela explicaba la de su mujer, María. Ella tenía el color de ojos más bonito que he visto nunca, era de un azul tan intenso…
Como ya habían varias Marías en la familia, a ella la llamábamos tita Manolo, ya que tenía un hijo que se llamaba asi, de esa manera todos la identificábamos.
María tenía un novio con el que ya llevaba bastante tiempo, vamos, lo que se decía un novio formal. Poco antes de casarse, el novio la dejó, y lo que era peor que eso, la dejó por otra. María lo pasó mal, muy mal, pero con el tiempo conoció a José y se casó. Con él tuvo tres hijos, uno de los cuales murió teniendo sólo diez años.
Pasaron lo años, muchos años y tita Manolo supo que la hija del novio que tuvo se iba a casar en breve, que ilusionada preparaba su boda. Pero días antes de la fecha, su novio la dejó, la dejó por otra. Sus padres apenados contaban como el desalmado del novio había engañado a su hija. Y mi tia sólo dijo a quien se lo relataba, que ahora el padre sabría todo el daño que en su día sintieron los padres de ella, cuando él la dejó.
Las vueltas que da la vida…

Amores imposibles (parte 2)


La tía María era una mujer de armas tomar. Nunca se casó ni tuvo hijos, y el único novio, que sepamos que tuvo, lo perdió debido a su mal carácter.
Ella había cuidado de mi abuela durante su infancia y pensaba que eso le daba derecho a planificarle la vida, cosa que le costó a mi abuela varios disgustos. Entre las cosas que tenía en mente para mi abuela, una de ellas, era casarla con un hombre de dinero. Pero no sólo para que mi abuela tuviera una buena vida, si no para garantizarse a sí misma una buena vejez. Pero mi abuela se enamoró de mi abuelo, y él no tenia nada más que una hilería, y eso no daba para mucho. Así que los planes no le salieron bien, y acabó viviendo sus últimos años con un sobrino, ya que mi abuela tenía a su suegra para cuidar, y no podia hacerse cargo de ella. Aún así, estuvo siempre cerca de su tía, aunque no todo lo creca que ésta hubiera querido.
Me contaba mi abuela que el único bañador que ella había tenido se lo había traido María de Londres, durante los años que ésta había trabajado allí. Era lo último en moda, y tal como mi abuela lo vio, lo guardó. ¿Cómo iba a ponerse aquella prenda en la playa del barrio?

María y su novio estaban preparando su ajuar para casarse, hasta un día que ellos estaban contemplando unos perritos de porcelana que habían comprado. Éstos se llevaban a modo de decoración, y ya tenían varios en su haber. El novio le dijo a María, cuánto le gustaría tener a su madre uno de esos perritos, y ella le miró, cogió todos los perritos, y se los puso en las manos, y le dijo que se los diera a su madre y que no volviera más.
Así terminó su relación con él. Ya os dije al comenzar esta historia que María era una mujer de armas tomar.

(En la foto, mi abuela y su tía María)

Amores imposibles (parte 1)


Mi abuela vivió su infancia en casa de sus abuelos maternos. Allí vivían con ella tres tío suyos. La tía María, el tío José y la tía Ana.
Cada uno de ellos tiene una historia de amor que no acabó bien. Espero que os gusten.

La tía Ana y Manuel, se enamoraron. Pero, él tenía un problema y era su padre. Su padre no era un buen hombre y maltrataba a su esposa, la madre de Manuel. Y eso no le gustaba al padre de Ana, quien no permitió que se casaran por tener Manuel esa clase de padre. Decía que las palizas que propinaba su padre a su madre, las había visto Manuel desde pequeño, y que eso al final es lo que haría con su mujer, molerla a palos. Así que no permitió que su hija siguiera con ese noviazgo.
Ana siguió soltera durante mucho tiempo, y ya casi metida en los cuarenta años se casó con Juan. Un buen hombre de campo. Y allí, al campo, se fueron a vivir durante algunos años. Hasta que su marido perdió su trabajo en el campo y volvieron a Algeciras, al mismo barrio donde Ana había vivido siempre. Juan murió y ella continuó su vida cuidando a sus dos hijos.
Un día mandó a su hijo Pepe Luís a comprar vino a la bodega. Y el niño vino contando que el dueño de la bodega conocía a su madre. Así que Ana se acercó a saludar para ver quien era esa persona que la conocía. Cuando llegó allí vio que era Manuel. Él se había casado y tenía hijos, pero en ese momento estaba viudo también.
Ana en un intento de evitar encuentros con Manuel, que no estaban bien vistos, mandaba a su hijo a la bodega cada vez que necesitaba algo de vino. Pero a veces era inevitable tener que ir ella misma, y verle. Nunca fueron capaces de decirse nada, sólo se miraban y él le sonreía. Nada más.
Un día, bien entrada la mañana, los vecinos estaban preocupados porque la puerta de la bodega permanecía cerrada. Un vecino llamó a la hermana de Manuel, que tenía llaves de la bodega, y ésta vino a abrir. Allí encontraron a Manuel, tendido en el suelo, muerto.
En el velatorio, la hermana de Manuel contó a Ana, que su hermano jamás la había olvidado, que aún la seguía queriendo.
No sabemos que sentía Ana por Manuel, pero mi abuela intuía que ella tampoco había dejado de amarlo nunca. Y que lamentaba no haber aprovechado esa segunda oportunidad que el destino les había brindado.

Los aromas quedan en el recuerdo

Siempre me ha sorprendido la capacidad que tenemos las personas de recordar un aroma o un sabor, de la misma manera que se recuerda un acontecimiento o la imagen de un paisaje, la cara de una persona. Los olores, los sabores e incluso las sensaciónes que se producen en nuestro cuerpo al tocar algo, tambíén son recordadas.

A mí me pasa esto especialmente con dos cosas: el sabor del Cola-cao, cuando venía en lata, y el olor de la carne de toro en salsa.
Durante las fiestas de mi pueblo se hacen corridas de toro. Mi abuelo iba a comprar la carne al dia siguiente de la corrida. Mi madre dice que no tiene que ser muy sano comer la carne de un animal que ha muerto sufriendo de esa manera, y puede que tenga razón, pero está tan buena…
El primer recuerdo que tengo de ese plato es el olor que habia en el portal del edificio donde vivía mi abuela. Yo venía de comprar el periódico con mi abuelo y al entrar al portal , dije aspirando profundamente: "Qué bien huele". Mi abuelo me dijo que eso era la carne de toro que estaba haciendo mi abuela. Recuerdo que lo dijo con orgullo y medio sonriendo, y es que entre las virtudes que tenía mi abuela, una era la cocina.
Al ratito de estar en casa, vino una vecina con una excusa tonta y como si no hubiera percibido ya el aroma, dijo: "Manolita, qué bien huele. ¿Qué estás haciendo para comer?"Y ella sonriendo,le dijo que ya le sacaria una tapita para que lo probara. Después de esa vecina, vinieron unas cuantas más. A ésto se le sumó las protestas de mi abuelo, que decía que no podía ser que de la carne que él compraba, la mitad fuera para repartirla entre los vecinos. Y mi abuela le daba la razón, pero se reía para sus adentros, pensando que era culpa de mi abuelo por seguir comprando la carne. Porque mientras él lo hiciera y ella la cocinara, los vecinos seguirian viniendo a por una tapita.

RECETA: carne de toro en salsa.

Se limpia la carne de restos de grasa y se trocea en taquitos pequeños.
Se lavan los pimientos, los tomates, quitándoles la piel, la cebolla y los ajos, y se trocea todo.
Echar en la olla las verduras, la carne , un buen chorro de aceite de oliva, clavitos de especias, el avecrem, el laurel, unos granitos de pimienta, una cucharadita de pimentón, el vino blanco, y el agua.
Poner al fuego todo junto, dejar una hora y media, más o menos. Tiene que quedar la verdura deshecha en la salsa. Probar de sal antes de retirar del fuego, y rectificar.
Esta receta también se puede hacer con ternera o cerdo.

INGREDIENTES:
1kg de carne
2 pimientos
4 o 5 tomates rojos grandes
1 cebolla grande
2 dientes de ajo
1 vaso de vino blanco
1 pastilla de avecrem
1 hoja de laurel
pimentón
pimienta en grano
2 clavos de especias
aceite de oliva
agua
sal
Espero que os guste y disfruteis éste plato tanto como yo.

La muerte de su padre


Cuando mi abuela me hablaba de su padre, siempre me decía dos cosas de él. Daba igual que ya las supiera yo, ella empezaba cualquier historia sobre él diciendo, que era carpintero ebanista y masón. Ésto último lo decía mirando a su alrededor, que no hubiera ningún extraño, y en voz muy baja. Le daría miedo, digo yo, que después de setenta años alguien viniera a buscarla por ser la hija de un masón.
Contaba mi abuela que su padre hizo los muebles de la casa donde vivió. Muebles muy bonitos y muy bien ornamentados para la época. La habitación de sus padres, la hizo de buena madera y la decoró con unos botones de nácar de gran tamaño. Su madre puso en el tocador un precioso juego de cepillo, peines, polvera, jarra y palangana. Todo hecho en fina porcelana.
En el comedor había una gran alacena, en cuya parte superior había tallada un águila con alas y todo.
Un año para Reyes, su padre le hizo unos "cacharritos para jugar a las cocinitas", así lo decía ella. Mi abuela jugaba con eso horas y horas, y se sentía muy afortunada de tener éstos enseres hechos con tanto detalle , porque eran como los que cualquier mujer podía tener en su cocina.
Cuando estalló la guerra, su padre enfermó. Ella decía a que se le volvió la sangre agua. Y que era a consecuencia del miedo que tenía a que se lo llevaran por su ideología política. Así que a los pocos meses murió.
Tenía mi abuela ocho años y desde los primeros días de vida, vivía en casa de sus abuelos maternos. Sus tías la vistieron de negro, tiñendo la ropa que tenía, y hasta los lazos de las larguísimas trenzas se los pusieron de luto.
La llevaron a casa de sus padres y cuando entró en aquella preciosa habitación, vio a su padre tendido en la cama. Se acercó a él, y levantó, por la punta del calcetín, uno de sus pies, y lo dejó caer. Al ver que el pobre hombre no se inmutó, dijo: "Está muerto". Y se fue a jugar.
Conforme se fue gastando el dinero que había dejado su padre, y la guerra fue haciendo mella en la tienda que tenía la familia, tuvieron que ir vendiendo los muebles de la casa y luego más tarde la porcelana. Acabaron echando al fuego,los juguetes que su padre le había hecho a mi abuela, para calentar las tardes frías de invierno.
De todo aquello que hubo en casa de mis bisabuelos, en la familia se conserva la palangana y el jarro de porcelana. Mela lo vendió a su hermana Ana, y ésta con el paso de los años, se lo regaló a Eduardo, el hermano de mi abuela, como regalo de bodas.

(En la foto,mi abuela y su hermano Eduardo).

La boda de su madre


La madre de mi abuela se llamaba Manuela, pero en casa todos le decíamos la abuela Mela. Ella era la menor de cuatro hermanos, tres mujeres y un varón.
Mela tenía un novio que era "fidedero",(según mi abuela, dícese del que hace fideos). Pero, no pudo casarse con él porque su padre se lo impidió. Y es que su padre le tenía el dinero guardado a Juan , un señor de unos cuarenta años, que estaba gravemente enfermo. Juan dejó Algeciras para recibir tratamiento en Cádiz. Y como en la época los pobres no se fiaban de los bancos , le dejó al padre de Mela el dinero, pensando que estaría en buenas manos.
Al pasar el tiempo y no aparecer Juan por allí, poco a poco la familia de Mela, fue gastando el dinero. Ya se sabe que el hambre, que en esos tiempos había mucha, es muy mala, y la necesidad, obliga. Pensaban que Juan ya no volvería, porque debido a su grave enfermedad, pasaría a mejor vida.
Pero Juan se recuperó y cuando reclamó su dinero ya no quedaba ni un real. Así que para compensárselo, decidieron casar a Mela con él. Ya que sus otras hermanas tenían novio formal, y el de ella aún no lo era.
Así que tuvo que hablar con su novio y decirle lo que había pasado. Y este no se lo tomó demasiado bien, y le dijo:"Manuela, si te vuelvo a ver te mato". Así que blanquita como la pared, regresó mi bisabuela a su casa, donde se hicieron los preparativos de la boda.
No pudo ni siquiera casarse de blanco, porque hacia unos meses su abuela había muerto, y el luto era el luto. Así que con un vestido negro se casó, con aquel señor 20 años mayor que ella, y al que no conocía de nada.
Un día Mela se entretuvo mirando un escaparate, y en el reflejo del cristal, pudo ver a su exnovio, el "fidedero". Habían pasado muchisimos años desde que lo dejó plantado, pero a mi bisabuela se le descompuso el cuerpo. Y echó a correr hasta llegar a su casa.