viernes, 17 de diciembre de 2010

La muerte de su padre


Cuando mi abuela me hablaba de su padre, siempre me decía dos cosas de él. Daba igual que ya las supiera yo, ella empezaba cualquier historia sobre él diciendo, que era carpintero ebanista y masón. Ésto último lo decía mirando a su alrededor, que no hubiera ningún extraño, y en voz muy baja. Le daría miedo, digo yo, que después de setenta años alguien viniera a buscarla por ser la hija de un masón.
Contaba mi abuela que su padre hizo los muebles de la casa donde vivió. Muebles muy bonitos y muy bien ornamentados para la época. La habitación de sus padres, la hizo de buena madera y la decoró con unos botones de nácar de gran tamaño. Su madre puso en el tocador un precioso juego de cepillo, peines, polvera, jarra y palangana. Todo hecho en fina porcelana.
En el comedor había una gran alacena, en cuya parte superior había tallada un águila con alas y todo.
Un año para Reyes, su padre le hizo unos "cacharritos para jugar a las cocinitas", así lo decía ella. Mi abuela jugaba con eso horas y horas, y se sentía muy afortunada de tener éstos enseres hechos con tanto detalle , porque eran como los que cualquier mujer podía tener en su cocina.
Cuando estalló la guerra, su padre enfermó. Ella decía a que se le volvió la sangre agua. Y que era a consecuencia del miedo que tenía a que se lo llevaran por su ideología política. Así que a los pocos meses murió.
Tenía mi abuela ocho años y desde los primeros días de vida, vivía en casa de sus abuelos maternos. Sus tías la vistieron de negro, tiñendo la ropa que tenía, y hasta los lazos de las larguísimas trenzas se los pusieron de luto.
La llevaron a casa de sus padres y cuando entró en aquella preciosa habitación, vio a su padre tendido en la cama. Se acercó a él, y levantó, por la punta del calcetín, uno de sus pies, y lo dejó caer. Al ver que el pobre hombre no se inmutó, dijo: "Está muerto". Y se fue a jugar.
Conforme se fue gastando el dinero que había dejado su padre, y la guerra fue haciendo mella en la tienda que tenía la familia, tuvieron que ir vendiendo los muebles de la casa y luego más tarde la porcelana. Acabaron echando al fuego,los juguetes que su padre le había hecho a mi abuela, para calentar las tardes frías de invierno.
De todo aquello que hubo en casa de mis bisabuelos, en la familia se conserva la palangana y el jarro de porcelana. Mela lo vendió a su hermana Ana, y ésta con el paso de los años, se lo regaló a Eduardo, el hermano de mi abuela, como regalo de bodas.

(En la foto,mi abuela y su hermano Eduardo).

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